miércoles, 2 de diciembre de 2009

C.D. de audio Balada de Septiembre



















Balada de Septiempre, es un recopilatorio de 16 poemas de A. Ruiz L. de Lerma. Cuatro de estos poemas, musicados por Andrés Pino y Humberto Buenaventura, están cantados por este último. El resto de los poemas, dichos en la voz de su autor completan la grabación, realizada en los estudios ACM RECORDS S. L. de Málaga

Si alguno de los visitantes de este blog está interesado en el CD, puede solicitarlo en el correo: aruizdelerma@gmail.com . Se enviará al precio de 12€ más gastos de envío y contra reembolso

ALGUNOS POEMAS CONTENIDOS EN EL C.D. :


Lame la madrugada la avenida

Lame la madrugada la avenida.
La noche ha puesto sombra a la acuarela
de la ciudad, pintada de colores
y velada de niebla, con que tiñen
de harinoso misterio las acacias
su desnudez de invierno.

-Cuentan que, en estas fechas, una estrella
se desbordó de brillos contemplando
una rosa en el hielo;
que los más olvidados se llenaron
el zurrón con ofrendas
de generosidad,
que sintieron dorarse su pobreza
y, abierto el cielo en riego, hizo romero
infecundos terrones de soledad antigua;
que los grandes doblaron la rodilla
ante un algodonoso Nacimiento
y el viento sopló luego, mensajero,
una cálida nueva sobre el paso del tiempo
hace ya muchos siglos...-

Lame la madrugada la avenida,
aún cruzada a estas horas
por las roncas libélulas metálicas
que se pierden en prisas sin sentido.
Ha hermanado la noche a los humanos
con el vestido negro de la espera.
El bulevar, Babel hace unas horas,
es cauce del arroyo
de una vida que brota en humedades,
lejos del sol.

La triste vendedora
del amor, disfrazada de colores
aguarda en un portal. Ha hecho su cara
lienzo multicolor. Su vientre anuncia
un fruto que no quiso
pero habrá de nacer, si no lo siega
ahora que reverdea tímidamente.
Espera...
tal vez, mientras espera, desmorone
sus últimos terrones de inocencia.

-Cuentan que la palabra
se hizo cristal de luz en los cuadernos
de los siempre ignorados, proclamando
un gran amanacer, que ellos corrieron
a llenarse de sueños la mirada
y de calor las manos,
para llevar caricias a una cuna...

Lame la madrugada la avenida
junto a los escalones, que preludian
una boca insaciable, que vomita,
que traga
y vuelve a vomitar un hormiguero
de anodinos humanos
fabricados en serie,
Ahora reposa, acogiendo el harapo que dormita
con un cartel al lado, donde cuenta
la historia repetida, llamando al corazón,
vegetal en abrojos.
Payasos de papel se contonean
con extaños atuendos primitivos,
sonajeros de testas afeitadas,
proyecto en gallinácea
para un mañana neutro.

Lame la madrugada la avenida,
ajena a los abetos,
ajena a las estrellas comerciales,
ajena al universo de neones,
sin cronistas que escriban su soledad,
su angustia,
su oración sin palabras,
su queja escrita en trazos de negrura
en las piedras sin tiempo,
en las estatuas,
en los restos de un mundo de carteles
bordados de promesas que jamás se cumpleron.

Lame la madruagada la avenida.
Mañana es Navidad.


Carta apresurada a Gabriel Celaya

Hoy has muerto, Gabriel.
En el olvido,
quizá porque los hombres
no perdonan los versos,
ni la verdad urgente que gritan los poetas,
con el dolor del mundo
en el zurrón sobado,
de caminante loco.

Hoy has muerto, Gabriel, entre las manos
de algún angel de niebla
que rizase, con caricia suave
tu última sonrisa
de bebedor de auroras.

Dicen
que casi nadie
te acompañó a la tierra,
aunque yo estoy seguro que, contigo,
volaban los fantasmas
de viejos luchadores,
como copos de almendro,
sobre el lugar, que, en nieve,
fue el sendero de tu último viaje.

Hoy has muerto, Gabriel,
en el olvido,
tal vez porque dijiste a quien quisiera oirlo
no entender la poesía
como un lujo
concebido
para satisfacer a los mecenas,
que se crecen
lanzando una moneda
al juglar protegido.

Hoy has muerto, Gabriel...
aunque puedo decirte, con íntima certeza,
que vivirá por siempre tu cerezo
en el jardín del tiempo,
en que las cosas
florecen con eterna primavera;
porque nadie precisa
acercarse al lugar para tomar sus frutos
y venderlos.

RUIDERA, Abril de 1991


Tío Daniel

Se tuvo que alejar…
Aún era joven, fuerte y ardoroso,
pero se había gastado
su fortuna de sueños en la tierra.

   Tomó el tren una tarde,
con las mejillas húmedas del beso
que le dieron sus hijos
en aquel triste andén, que destilaba
sudor de despedidas.

   Iba sin rumbo fijo,
acunando en la frente,
para paliar su soledad, las horas
de un tiempo no lejano
en su época de miedo, cuando hilaba
la vida en una carta labradora
a la casa lejana.
Acariciaba
sus amores de mozo por las eras,
bajo el cielo de agosto
con un techo
salpicado de estrellas …

   Viajaba hacia el trabajo
                - peregrino de pan -
porque sentía
cuatro ojos chiquitines en el alma.

   Y ancló su caminar en otra tierra,
donde el sudor regaba los rincones
y florecían las noches en acero.
Allá plantó su olivo,
hizo su casa,
           - habitáculo humilde de suburbio -
donde Paca, Jesús y Josefina
llenaron de cariño las paredes …

   Yo se que recordaba muchas veces
            - hurgando el receptor -
horas pasadas,
cuando cruzaba montes valeroso
por tierras de Aragón,
pero callaba.
Se calaba la boina y sonreía,
con aquella sonrisa inconfundible
unida a un cigarrillo inacabable.

   Lo vi hace mucho tiempo,
cariñoso
            - “ bebe, sobrino” -
me alargaba una copa al preguntarme
por la tierra de ayer y sus cosechas.
Se sentía
dichoso al evocar la primavera
que encontraba de nuevo en mis palabras.

   Lo vi hace mucho tiempo,
antes que se perdiera en la bruma del norte
y se abrazase
             - esta vez para siempre -
a otro paisaje.



Doce de mayo




















DOCE DE MAYO, aunque publicado recientemente, fue escrito en los años ochenta. Bellamente ilustrado con fotografías de Helena Soria Sarmiento es el poemario de una fecha, el conjunto de versos nacidos a lo largo de veinticuatro horas. Por ello, cada uno de sus poemas tiene el título de la hora de su nacimiento.



Una, treinta

La vitrina del sueño
conserva el arco iris.
la piel ha florecido,
renovada
otra vez de amapolas.
Y en esta hoguera,
eterna,
las aristas
han desaparecido entre los dedos
veloces.

Ha sellado los ojos
la lluvia de la carne.

Lo cotidiano flota en lejanía,
como una linea
apenas
de deberes,
de archivadores,
de multitudes en soledad,
de filos,
de palabras medidas,
de asfalto esclavizante,
de enanos ambiciosos...

Los minutos se tornan de algodón,
al tiempo
que el cristal de los balcones
deja ya paso al ámbar
de un paisaje
donde todo es posible.


Ocho

El sol ha roto, tímido, los velos
y la jornada luce
en la terraza,
nueva,
sin carisma.
La calle es ya rumor.
En la mesa de noche
las primeras noticias,
con voz impersonal,
vienen a distanciarme la esperanza.

Una caricia rompe
las telarañas últimas
de los ojos,
anclando
la barca de infinitos.

La seda de un abrazo,
tibia,
me consuela la piel
y un susurro
-casi de noche aún-
me recuerda la fecha.

Un aroma de lecho compartido
nos envuelve.
La pereza de miel dilata los minutos.


Ocho, quince

La voz del noticiero
desmenuza las víctimas
de un atentado más.
La información
es lacerantemente familiar.
Esta pesada niebla
del terror
se nos ha hecho cotidiana,
como una enfermedad
incurable...

Mi hija llega
con su incipiente abril
a descorrerme la cortina de calma
y me deja su beso de felicitación.


Nueve, cincuenta

El urbano paisaje
conserva la acuarela de grises
como entonces.
Y, sin embrago, dista
sueños-luz de otro tiempo,
cuando lo recorría, interminable,
cogido de la la mano,
con los ojos enormes de la infancia curiosa.

Se fue haciendo pequeño
imperceptiblemente,
mientras se distanciaban
en recuerdos
las hojas
-con diminuta magia-
de aquellos cuadernillos de Calleja.

Aquellos otros doce de inmadurez de nata
me ponían de cerezas
la víspera impaciente
y amanecía en mi viento
huracanado
antes la luz de la ilusión
que el día.

El regalo era el mismo
cada cuatro estaciones:
cigarrillos de un chocolate incierto
de los años cuarenta.
Nunca pedí otra cosa
tal vez
porque me siento
seguro en la costumbre.

Mido,
junto al semáforo
la distancia de ayer
en la mirada,
por el retrovisor,
mientras espero
que se haga la luz verde.


Once, treinta

Pienso,
al dictado de casi cuatro lustros,
en un breve intervalo de sosiego,
solo,
por tamizar mis sensaciones
a la sombra de verdes
encendidos
desde el mes anterior,
como llama
que quisiera prender
en esperanzas
el venidero hacer.

Han alumbrado
sus faroles las rosas,
las acacias
agitan colgaduras,
con que sacar a mayo
de su pereza.
Los manojos
de "periquitos" manchan de naranja
la seriedad del suelo...

Primavera exterior,
que, en su polen
contamina de brillos
unos pliegues
apenas
de la ciudad;
incapaz de inyectarse en las arterias
del sistema
que alimenta con números
la vida
de los títeres negros,
emanados
de la mediocridad
y del desquite.

Todo el Mediterráneo
de la ilusión
se muere sin remedio,
rodeado
de escarabajos de élitros de mármol,
comerciantes de sal.

A pesar del color de la mañana,
que parece
recitar entre brisas
su voltaje
de vida libertaria,
el pensamiento huye.

-Hermanarse en el viento,
sofocarse en la luz
y volar...
volar;
arriba,
encima de las hora.
Lo demás,
una brizna,
debe quedar lejano, muy lejano...-


Trece, cuarenta

Los encuentro
con su ropaje extraño
a la puerta de un bar.
Se comunican
no se qué oculto cosmos
en una jerga rara,
como versos
que nunca pudierna recitarse.
Bajo cada palabra
duermen el aleteo
de un pájaro de sombra
perdido en la penumbra.

Sus horas elevaron,
en un rito de muerte,
la duración a un índice
que les rompe el aroma,
envejeciendo
la flor que abrió marchita,
amenazada
por el arma letal de una jeringa.

Buscadores de imágenes,
se apagan
en balbuceo de asfaltos,
como lepra que asciende
desde el amanecer de la ciudad
e infecta
sus cercanías de luna
cuando la luz se muere.

Tienen el alma herida
y los ojos velados
por una adormidera
que agota
el calendario de su ser incompleto.

De su mañana de humo
se han marchado los nombres,
las fechas,
los proyectos,
los hijos
-buscadores de otro cesped-
Y apoyan la existencia
en un surco de nieve que le congela el tiempo.

Aguardan,
añorantes de amor
-el amor es un ser de vidrio, frágil,
que aguarda en soledad-
con el nihilismo
de los que ya no piensan
recibir una dádiva de afecto;
diluyendo la sal de primavera
de su edad,
como si su latido
-nada más iniciarse-
hubiese caido al agua
de un lago de inconsciencia.

En su desvánde otoño,
seguro que unos ojos se derraman
en Nilos maternales,
infecundos,
que no pueden bañarles las orillas.
Y, no obstante,
les velan las ausencias,
les arropan su miedo,
les estrellan
el imposible cielo
de caricias,
queriéndoles pequeños,
acunables,
esperando el milagro
que no llegará nunca.

Uno de ellos levanta
la mano y me saluda,
pretendiendo, tal vez, reconciliarse
con esta sociedad
que les aparta.


Dieciocho, quince

El café a media tarde,
mi tertulia,
-minúculo "Gijón" de un solitario-
en la que me acompaño
sólo del pensamiento
y una pieza de Mozart
como fondo.

La obligación atrás,
voy pincelando
otro paisaje,
libre,
de palomas de gasa,
que se pierden
en la magia profunda de un allegro,
salpicando los lomos de una calle de libros
donde paseo los ocios.

Junto a la taza
unos versos recientes
escritos a esta hora
-hace algunas semanas-
precedidos
de una dedicatoria:

"a mi hija"

Me has compensado el folio padecido,
la tarde en sombra sorda, desmigada,
las violetas de hule de la clase
y los monstruos de plástico.
Hacía frío,
un frío que empequeñece, acorta humilla
aleja, trunca, rasga..., mientras
otoño sopla sobre el liego del alma..

Mañana
algún cretino editará un estudio,
descubriendo mi América
en beneficio propio
y dorará el momento...
¡pobrecillo!

Me has compensado el viento,
que ha revuelto
-irreverente y loco-
mi decembrino bosque de cabellos,
el coche, perezoso en la arrancada,
y el anodino diario del trabajo
que se pierde en la niebla,
mientras los sodomitas se coronan
y median los mediocres
que se hicieron de izquierdas
-enterrando un pasado inconveniente-

Me has compensado el peso
de ese renglón torcido
que, acaso, nadie quiera enderezar...
y la llegada se ha hecho de violines
por una pequeñez escrita en oro.
Nada más una nota
sobre la cafetera acostumbrada,
un guiño apenas:
-caricia manuscrita-
"sólo hay que calentar...",
que yo traduzco:
Me ha acordado de ti,
llego a tu tarde,
aunque te hagan invierno los senderos.

He bebido el recuerdo
humeante..., endulzado.
La habitación, la música y la noche
incipiente,
que arañaba el cristal de los balcones,
se han teñido de sol, inconsecuentes.


Diecinueve

Cada día es un cuaderno
de notas
apretadas
y puntos suspensivos;
de sonidos, caricias
y cristales, ennegrecidos de humo
para mirar el sol;
de esperanzas y olvidos;
de promesas y horóscopos
que no van a cumplirse;
de mensajes de magia,
que ningún mensajero
ha recibido encargo
de traernos;
de extravagancias locas;
de minutos atrás, que salpicaron,
intrusos,
una fecha...

Cada día es un arroyo
que acaricia la piel estremecida
buscando
la eternidad del mar.

Cada día...
No hay división de castas
para el soplo tenaz del calendario,
aunque,
a veces, busquemos impacientes,
cuando la tarde muere,
saborear algún néctar,
desconocido
y raro,
como si el firmamento se postrara,
ante las circunstancias
de alguna intimidad,
obsequioso,
con un copo de nieve entre los dedos,
golpeando
con suavidad
la puerta.


Veinte, treinta

la tarde se ha vestido
de un tono melancólico
gris-lluvia.
Hoy no he tenido
dos cartas de otro tiempo,
glosándome, amorosas,
la onomástica.

Tal vez, en la llovizna que se inicia,
rieguen desde el pretérito
-solo con la caricia
mansa
del agua en el asfalto-
su amistoso mensaje
dos presencias de bruma
que me robó el recuerdo.

Hoy no llegó el cartero.

La habitación parece agigantarse
poseida
de un vaho despacible
de soledad naciente.



Veintiuna, diez

Regresamos,
pausados,
bajo el atardecer, casi de plomo,
de primavera tarda,
como un rito,
dejándonos el ruido
a la espalda,
midiendo
los pasos cotidianos
que nos llevan
al íntimo rincón donde apuramos
el fin de la jornada,
encendiendo la vela del sosiego.

Los dedos engarzados se me antojan
el cáliz de una flor
de pétalos de albas
compartidas;
en toda su frescura,
como si nuestras horas
pendiesen suavemente
del aire,
sin transcurrir.

- Fue en primavera,
con el aroma henchido
de pujanza, en la sombra
de aquel primer recinto,
cuando arraigó la siembra:
en el tiempo
que la sangre florece
y la palabra cobra
calor de vino nuevo.
..-


Veintitrés, quince

Ha sonado el regreso
en el tic-tac cansino
que señala la noche.

El cenicero es un desierto de horas
muertas sobre la mesa.

Una novela encuadernada en verde,
la luna de la lámpara en los hombros,
el bolígrafo quieto,
los papeles...

El día se va camino del archivo
donde aguardan la muerte
los recuerdos.

Llueve mayo, monótono en la calle.


Veintitrés treinta

A estas horas presiento
en la penumbra el soplo
de tu presencia muda,
como si te llegaras con cariño,
de la lejana paz de las estrellas,
a nevarme el recuerdo
en la fecha que pone
otro jalón al cauce
donde mi vida miga,
en el anonimato,
jardines imposibles.

Desde tu ocaso, vengo
multiplicando el verso cotidiano
por un factor de obscura
soledad lacerante,
que prolonga el preludio de las noches
con una letanía de pensamientos.

Todo sigue en la línea
que la existencia marca.
Continúa
la tierra envejeciendo
con permanentes brotes de violencia.
La vida
nos baña con su vino
agridulce
y navega
nuestra barca por mares
de incierta singladura,
entre promesas falsas
y advientos comerciales.
Los marginados velan,
ignorados
su noche
-como siempre-
aunque se multipliquen las sonrisas
de los falsos profetas
perdidos en el lujo
-de la misma manera
que sus antecesores-
y enfermos de soberbia.

Mis hijos casi alcanzan
las flores del almendro
con el sol en las sienes,
Aletean
y los siento alejarse
cada mañana un trecho.
Han vuelto ya del sueño
y cultivan un mundo
de verde independencia...

a estas horas presiento
en la penumbra el soplo
de tu presencia muda...


Veintitrés, cincuenta

La noche es un espejo en los cristales
del balcón,
salpicado de minúsculos mundos
de solitaria lluvia.
En él tiene mi imagen
su vida
paralela a la mía,
en inerte silencio.

Aún con mis mismos rasgos,
media entre ambos un cosmos
de vano inabarcable.
Su eje de simetría
es un muro cerrado
a las palpitaciones,
al deseo,
a la locura de hilos invisibles
que se traduce
en humo de palabras en verso;
al amor,
que se clava a los huesos
y rasga
la realidad, doblando
las sábanas del tiempo
para cubrir los sueños...

Sé que puedo anularala,
si hago morir la luz de la pantalla
que vela mi sillón,
pero,
de todos modos,
me seguirá aguardando
para cruzar conmigo su mirada
cualquier noche,
y recordarme el soplo
de otros doce de mayo
yacentes en el viento...