viernes, 19 de diciembre de 2008

ALGUNOS POEMAS RECOGIDOS EN DIVERSAS PUBLICACIONES



ES CASI NOCHE YA...


Miro , desde el recuerdo, la agonía
de una tarde de abril, con la añoranza
de un paisaje de miel... En lontananza
un niño que se aleja. Muere el día

tras un cromo de mar... La lejanía
diluye los colores y me alcanza
la niebla que se inicia. El tiempo avanza.
Es temprano, me dicen, todavía,

para llevar la barca hacia poniente.
Pero la luna besa ya la vela,
y la pleamar preludia una partida

con caricia salada y penitente.
Es casi noche ya... Tras la cancela
se abre la soledad como una herida


 

ÚLTIMOS VERSOS A PACO


Se te enconó el invierno en la ternura
al despertar el sol;
y tan temprano
que la orfandad se refugió en el tiempo,
nevado ya,
de cerros estivales,
como una barca que regresa al puerto
del corazón materno.
-Acaso niño
escondiendo su pena en el recuerdo
de una noche de Reyes-

Se te enconó el invierno en la ternura
del inflamado almendro de tus cosas,
compañero de vida ...

No te pude pasar,
como otras veces,
el brazo por los hombros.
No me diste siquiera
el tiempo necesario para recomendarte
prudencia en el camino,
compañero
de seda y confidencias.
Te hubiera preparado,
a buen seguro,
una bolsa liviana
de palabras tan sólo,
con intención de darle miel a tu soledad.

De palabras tan sólo,
compañero ...
Nunca tuve otra cosa
mejor qué regalar ...

No,
no me dejaste tiempo.
¡Se abrazó tan temprano
la noche a tu viñedo
...!


 

MOMENTO DE AMOR


La luminaria rompe el terciopelo
del tiempo detenido. Enfebrecida
arde la piel, casi cristal, herida
en lluvia de alfileres. Alza el vuelo,

como gaviota que arañase el cielo,
el pensamiento en libertad. La vida
se perfuma de sándalo y anida
sedosa en nuestras sienes, como un velo

que pone beso a la caricia. Estalla
todo el fragor del mar en la cintura,
vertiéndonos su su espuma en precipicio

y un campo de mapolas. donde calla
el susurro estival, se desfigura
herido por mil fuegos de artificio.



¿A QUÉ HUELE ESTE VINO...?

Huele a amistad y a tiempo de ilusiones,
a sueño y a paisaje, a algarabía.
Huele a recuerdo, a luz; huele a canciones
de juventud perdida y armonía.

Huele a paz compartida, a campo, a cielo.
Huele a solar manchego y a ribera.
Huele a jornal, a senda, a tenue velo
de tul ilusionado. Huele a espera.

Huele a pasado añil entre membrillos;
a colcha de algodón. Huele a camino.
Huele a pueblo, a laguna a amanecida,

a trigos que se mecen amarillos,
a copla y a guitarra, al ambarino
collar de alguna novia. Huele a vida.



ESTE POBRE RECUERDO                            -A Sagrario Torres-

Era ya casi el alba, mar de acero

y estrellas como techo del estío.
Se ahogaban las palabras en el río
de la vida que corre, mensajero

de sueños, derramando en el estero
del alma, inalcanzable, el desvarío
de su verso y mi verso, desafío
al tiempo que se muere...
                                         Marinero

en la barca de viento del pasado,
vuelve la imagen. Llama a mi ventana,
toda penumbra ya, la sacudida

urgente del recuerdo, engalanado
con rosas de amistad, como una nana
por "su espina dorsal estremecida".



UNA TARDE EN MADRID …
                                                                                  -Un recuerdo a Sagrario-
Madrid, tras el cristal de la ventana,
envuelto en lluvia. Noche prematura
apagando el susurro. La ternura
de la última caricia. Una lejana

postal sobre la colcha, casi nana
para acunarle el sueño a la aventura,
que no habría de emprender con la escritura
de un último soneto …
                                       La campana

de un oratorio, ahogada en amarillos
reflejos de hospital en su mirada,
nos dijo adiós, prendida ya al paisaje

detrás del mar. Vagando en los pasillos
anónimos, su vida, deshojada,
acercaba a la noche su viaje.



SI TE PRECEDO...
              
Si te precedo rumbo a lo infinito,
asómame hasta el mar en tu mirada
y llévame la luz a la varada
esquina de los sueños. Cuanto he escrito

derrámalo en el viento manuscrito,
cuando el atardecer, por la nevada
de gaviotas … Susúrrale a la almohada
alguno de mis versos, que, marchito,

se deshojó en el vaso del olvido.
Yo estaré en el paisaje de tu estío,
primavera otra vez, mientras asoma

el alba a la ventana y al dormido
arenal desemboca, en oro, el río
con que el cielo bendice a la mañana.



HOY TE EVOCO, MIGUEL…

Hoy te evoco, Miguel, con la alborada
incendiando el paisaje entre la bruma,
por donde el mar se vierte al infinito,
como nana de luz.

En soledad…

En esta soledad de madrugada donde rueda
mi insomnio pertinaz y mi cerebro
se pierde en alocadas utopías.

Mi cuarto es el altar,
yo el oficiante de una extraña liturgia con que puedo
modificar el tiempo,
modificar los seres y sus obras…
y convierto a mi antojo,
con un barniz de sueños, el paisaje
de esta tierra sin brújula …

Te evoco,
retrocediendo al surco de Orihuela,
donde tuviste un huerto
y recogiste
los vientos con que el Pueblo levantaba
velas de libertad…

Releo tus palabras…
Y me apena
que apagasen su fuego los que hicieron
uso de tu bandera con descaro
cuando llegó el momento
de volver a la mar, tras la tormenta que sofocó la luz
y los sonidos

-con mordaza de miedo-

escondiendo obedientes la cabeza
en un hoyo
al que pusieron nombre: “progresistas”.

Ellos
no pueden ya volar
a la utopía. Han perdido la magia
y los sujeta
a esta tierra, de forma permanente,
el lastre
de la paga oficial, con que compraron
su libertad
los cuervos milenarios,
los que cambian
de manera frecuente
de pluma y de graznido
según donde se encuentre el nido del poder.

Ya no levantan
los puños con ardor,
porque mantienen las manos aferradas al volante
de su coche oficial y les preocupa
perder la posición a que llegaron
en esta sociedad de nepotismo.

Y mienten con descaro al Pueblo llano.

El Pueblo …
que hoy mantiene su barca abandonada
en la arena del paro…

¿Dónde quedan las águilas, altivas en sus desfiladeros
¿Dónde los yacimientos de leones
¿Dónde las cordilleras de los toros…?
¿Cuándo murió el orgullo…?
¿De que prado se llegaron los bueyes
hasta las parameras…?
¿Qué muralla de vidrio
detuvo al huracán y a que vasija
vino a morir el rayo entre monedas…?

Hoy te evoco,
Miguel,
porque hace falta
escribir otras nanas para niños mayores,
cercanos al ocaso,
que salen, cuando el negro
torrente de la noche se derrama en las calles,
a buscar el sustento
entre los desperdicios de los contenedores…
………………………………………………

………………………………………………

………………………………………………


Sólo
responde
el mar,
con su murmullo de eternidad monótona …

Y siento,
en esta hora,
que te has vuelto a morir, Miguel Hernández.
Versos leidos en las IV Jornadas Poéticas de
las Lagunas de Ruidera, en conmemoración
del centenario del nacimiento del Poeta-


DIOS ME ACERCÓ SU AROMA…

            A mi querida amiga Irene Mayoral

Dios me acercó su aroma…

Hoy retrocedo
al paisaje lejano, cuando el viento
me aromaba de abriles y el sol se derramaba
generoso
en mi viña de sueños,
cubierta de esperanza que otoñaron los años.
Una frase,

-Yo creo que aún la recuerda…-

nos unió en la amistad

     “¿Y los poetas…? ;

       ¿qué podemos hacer con los poetas?”.

Me acerqué a saludarla,
no sabía
ni siquiera su nombre…
Era un trazo de elegante escritura,
pincelada del cielo en el atardecer, coronada de sol,
oficiante de seda
en un ara de versos.

Dios me acercó su aroma…

Comulgamos,
como dos escolares cambiando confidencias,
acerca de ese mundo,
intemporal, que nuestros libros
guardaban
como un viejo proyecto para atrapar la luz ;
y el tiempo se detuvo
con el leve susurro de dos voces…

¡Era aún tan temprano
en el reloj de arena de mis cosas…!

Hoy, que el tiempo se duerme bajo el oro,
que la siembra se acama cercana la cosecha
y los almendros perdieron ya su nieve,
llamo con timidez a su cancela,
temiendo distraerla
de la estrofa en que sueña,
para volver de nuevo al lugar del recuerdo,
a llenar una tarde cualquiera de palabras

    -como hicimos entonces,
     aquel atardecer,
     perdido en la memoria,
     de finales de mayo-

y encuadernar la magia de un momento
para ofrecerla al Cielo.

Este poema se encuentra  publicado en el
Monográfico que la Revista de la Plataforma
Cultural Raices de Papel ha dedicado a
Irene Mayoral en su Nº 8  -Extraordimario- 
 de 2012
http://raicesdepapel.blogspot.com/



Y TE ESPERO

Soneto compartido con Irene Mayoral
     -Los versos en color son de Irene-


Caminar de la mano por la vida,

esparciendo, amorosos, la simiente,
es medida de luz inteligente,
con la que hallar la tierra prometida.

Yo quisiera tenerte en la partida,
siempre de sol, de infancia eternamente
y saberte a mi paso en la vertiente,
más allá de la noche presentida.

Corazón, que en latidos vas rimado,
y en esperanza aguardas el mensaje
pacientosa te digo que te espero,

yo te cito en la orilla y valorado,
desde el verde que peina mi paisaje,
para siempre serás mi compañero.



FUENGIROLA

Volad al sur con alas del estío.
Fundid en el azul vuestra mirada.
Contemplad en la arena la varada
barca del pescador -breve navío

para viajar al dulce desvarío
de un ensueño de mar-. La gracia alada
de un colmenar de luz edificada
a los pies de un alcázar, junto a un río,

se os pintará , surgiendo en el paisaje,
mediterránea, blanca y amistosa,
con sonido de playa y caracola;

la viste el sol con primoroso encaje
toda plata, sutil como una rosa
con nombre marinero: Fuengirola.



lunes, 20 de octubre de 2008

Estación Término




















La amarga aventura de D. Eleuterio

Fernández, contratista jubilado, esperaba, como todos los días, sentado a la sombra de la enorme morera,la salida de su amigo, don Eleuterio. La costumbre adquirida hacía más de un año, cuando se conocieron, era ya casi un rito para ambos. A las cinco en punto,cual si de una cita torera se tratara, los dos amigos, con paso calmoso, se dirigían al bar "Los Castellanos", donde Juanjo les saludaba sonriente apenas trasponían la puerta y se les acercaba, el eterno cigarrillo aprisionado en la comisura derecha de los labios, mascullando "lo de siempre, ¿verdad?". Lo de siempre eran dos carajillos de coñac, que los dos amigos tardaban más de una hora en tomar a pequeños sorbos, mientras despellejaban al gobierno.

Fernádez era el único amigo que don Eleuterio tenía en la ciudad, a la que llegó, por concurso de traslados, desde su adorada aldea rural, que, huyendo de la soledad, dejó tras las huellas de su hija cuando quedó viudo. Para Fenández, la amistad de don Eleuterio era como un trofeo del que presumía siempre que le era posible. -" Un pozo de ciencia este hombre, un pozo de ciencia. ¡Lo que sabe...!- A don Eleuterio le cautivó la bondad que emanaba de los ciento veinte kilos de Fernández y la afición a los toros, que tenía tan enconada como él mismo.

No llevaba don Eleuterio demasiado a gusto su trabajo en el enorme centro escolar de la ciudad al que llegó destinado. Demasiada burocracia..., demasiados "especialistas"..., demasiadas reuniones donde el tiempo se perdía lastimosamente..., absudos nombres que pretendían disfrazar a los perros de siempre cambiádoles el collar... A veces le parecia estar oyendo, en las plomizas sesiones de los claustros, un idioma extranjero, mezcla de geometría, esnobismo y necedad, adobados con latines, que se sentía incapaz de comprender -¡currículum, diseño curricular, segmento curricular de ocio, temas trasversales..., manda güevos!- Salía de ellas con una leche como un turco, que le duraba por lo menos hasta la hora de cenar. Pero lo más molesto era estar sometido a la autoridad de aquella solterona, fea como una vieja cabra, que imperaba, más que dirigía, en el colegio, donde don Eleuterio se sentía y realmente lo era, el último mono desde el día de su llegada. Él precisamente, a quien veneraban los sencillos habitantes de su añorado pueblecito...

Lo vio llegar Fernández hacia su banco, torcido el gesto, nadando en la riada de enanos.

-"Terribles, Fernández, terribles... Hay que evitar siempre que topen de frente con uno en su alocado revoloteo si no se quiere recibir un topetazo de muerte en las pelotas..."

Respondió apenas al saludo de su amigo y se limitó a caminar a su lado sin palabra, emitiendo algún que otro bufido que sorprendía a Fernández, quien, respetuoso, se limitaba a estudiarle, sin hacer pregunta alguna, por el rabillo del ojo.

Hasta Juanjo, cohibido por la cara de enterrador, inusual en don Eleuterio, guardó prudente silencio y, tragándose la frase de costumbre, se limitó a poner ante ellos las humeantes tazas, apresurándose a escabullirse tras el mostrador.

-¿Humillante, Fernández, humillante...! -explotó por fin don Eleuterio-, ¡es una...! ¡Hacerme esto a mí...! ¡Ya no hay respeto...!

-No se ponga usted así, hombre, no será para tanto.

¡Qué no! Ahora verá usted, Fernández, si es o no para tanto. Ya le digo, ¡humillante!

Abría las manos como pretendiendo mesurar, ante los espantados ojos de Fernández, el tamaño de la ofensa, rechinando los dientes entre bufido y bufido..

-Vamos, vamos, serénese...


-¡La muy...! ¡Enviarme a la clase de preescolar...!, ¡a preescolar...!

-¿A preescolar...?

-Si, tres, cuatro años... ¡los cagones, vamos!

-Ya comprendo.

-No, Fernández, no puede usted comprenderlo, créame, no puede. Y, digo yo, como le he repetido "si no es obligatoria la enseñaza de estos críos, ¿cómo me han de obligar a mí, a joderme para hacer quedar bien a la administración ante las mamás...?". ¿No cacarean tanto sobre especializaciones...? ¡Que manden a una especialista!, ¡coño! Yo soy maestro, no niñera...

-Haberle dicho que nones, hombre. ¡Que hubiese ido ella...!

-Se aprovecha, Fenández. ¿No ve usted que, ante la inspección, lo que se le ocurre a esta señora es ley...? Como los señoritos del ministerio no quieren problemas, dan carta blanca a estos títeres, que, desde su mediocridad, se sienten seres superiores. Si me niego me denuncia ante la inspección de enseñanza. Ya lo hizo con un compañero al principio de curso... Yo no puedo dejar que echen un borrón en mi expediente. ¡Hasta ahí podíamos llegar...! Precisamente ahora, con un pie en la jubilación...

-¿Entonces...?

-Pues... que fui, Fernandez, que fui..., acojonado, si me permite la expresión, pero fui. No puede hacerse una idea... Parece mentira que unos seres tan diminutos derrochen tal cantidad de energía. No paraban... Nada... Se subían por las mesas, saltaban, se manoseaban... Gritaban... Haciendo de tripas corazón, dí unas palmadas tratando de calmarlos, pero, ¡quiá! Bueno, les dije, os voy a contar un cuento. -¡Las cabitillas, las cabitillas...!- gritaron a coro tres o cuatro de ellos, con caras de caracoles babeantes.

-¿ Las qué...?

Si, el cuento aquel de las siete cabritillas y la mamá que salía al mercado...

-¡Ah, ya!

-Me senté y comence a contarles el dichoso cuento. que jaleaban con festivas risotadas y gritos desaforados, mientras uno de ellos me registraba los bolsillos de la chaqueta y otro escalaba mi sillón por detrás... "Paciencia", me dije siguiendo el relato. Usted verá que ni siquiera a mi nieto le tolero estas cosas... Bueno, pués así transcurría la encerrona, cuando reparé en uno de aquellos enanos, que parecía escuchar con toda atención, en pie, muy serio...

-Qué raro, ¿no?, ¿estaba malito...?

-Eso pensé yo, que dejando el cuento, me acerqué a él. No estaba enfermo, no, aunque, por el olor que desprendía, podría haberse pensado que se estaba descomponiendo...

-¡Ja, ja, ja..., se había cagado el jodido...!

-No se ría, Fernández, la cosa no resultó una broma precisamente.

-¡Ja, ja, ja... ! ¿Cómo se las arregló usted...?, ¡ja, ja, ja... !

-Miré por la ventana, esperando el milagro de ver a alguien en el patio, ya sabe usted que las aulas de estos críos están separadas de las demás; alguna compañera, la señora de la limpieza... ¡qué se yo... ! Pero, nada..., ni un alma. Armándome de valor, arrastré al angelito hasta el baño del pasillo, con intención de quitarle el pantaloncillo y ponerle a remojo, en el lavabo, el area maloliente. Llevé a cabo la primera parte de la operación, pero hube de posponer la segunda, dejando al putrefacto querubín en la puerta de baño, con las embadurnadas pelotillas al aire de la siesta, porque un ruido de cristales rotos me hizo correr hacia la clase...

-¿Se habían cargado algo...?

-Dos o tres de aquellas termitas, armadas de piedras que habían salido a buscar al jardín, se entretenían en destrozar las ventanas. ¡Madre mía...! ¡cristales...!. Había que apartarlos de allí. Corrí gritando hacia ellos y los alejé como pude de la ventana rota. Reían y chillaban con un ruido semejante al que hace una locomotora sobre las vías cuando el conductor acciona los frenos, pero suspiré aliviado, ¡menos mal que ninguno había sufrido daño...!. ¡Duró poco el alivio, Fernández... Los gritos del pasillo me hicieron recordar a mi abandonado maloliente... Amenazando al resto con arrancarles la piel y echarles sal si se movían de su sitio, salí al pasillo. ¡Qué cuadro...!

-¿Qué ocurría allí...?

-Dos mocosuelas, escapadas de la clase cuando el bullicio del cristal, atraidas, sin duda, por el extraño colgante del compañero, que seguramente era la primera vez que veían, habían hecho presa de una de las pelotillas cada una y tiraban de ellas, sin mostrar escrúpulo alguno del barniz que las embadurnaba. Les rugí, creo, más que reprenderlas, porque soltaron la presa y rompieron a llorar...

-¡Ja, ja, ja...!

Fernández se echaba mano a los costados, sofocado, mientrar corrían las lágrimas por sus mejillas.

-¡Ja, ja, ja...!, ¿cómo se las... -ja, ja, ja...- arregló...?

-¿Cómo...?. Gracias a Rosa, la señora de la limpieza. Los gritos la hicieron venir... Gracias a ella...




¿Tango...?


Por la ventana abierta a la avenida se asoma al salón la calurosa noche de mediados de Junio con su incesante ruido. Omar, recién salido de la reparadora ducha, con que desconecta cada jornada de su mundo laboral, juega con la pequeña Adriana, que. como una mariposilla nocturna, revolotea a su alrededor, menuda y vital. María, la nena mayor, se ha quedado dormida sobre el sofá ahíta de juegos.

- Mira, mira....

Adriana le pone ante los ojos un frasco de cristal, donde, entre algodones, unas judías comienzan a desperezar sus hojas, empujadas por la magia de la humedad. La voz de María Luisa le llega desde la cocina entre ruidos de loza.

- Omar, lleva a las niñas a acostar...

Adriana, con ojuelos sonrientes, mueve el dedillo índice en una negativa, ante los ojos de su padre, que la pellizca en la mejilla.
- Apresúrate, la cena está lista.
- No, no, papá. Yo no quiero que nos lleves todavía...
- Vení acá, "porota". ¿Por qué vos no querés, aquí no se duerme...?

Y la mira simulando un enorme enfado mientras sujeta la risa, al tiempo que vuelve a encontrar en los ojos de la niña la misma inmensidad del mar que en los ojos de Eva. Eva,... ¡Cómo la recuerda...! Ella estaba allí, mirándole marchar, a lo lejos, como muda imagen de despedida, acaso, con el corazón encogido de miedo por él, sin atreverse siquiera a levantar la mano para decirle adiós..., perdida en el anonimato de la masa de gente del aeropuerto... Nadie más supo de su huída precipitada... Sólo ella, su recordada hermana Eva...

- ¡Jo, papá! Otro ratito, por fa...
- Nada de eso, "porota", ¡a la camita!

Corría el año 1975. Se habían intensificado los estallidos de disconformidad hacia el Gobierno, sin que la Presidenta, María Estela Martínez de Perón, fuese capaz de dominar la situación y, ante las continuas amenazas del Ejército Revolucionario Popular y los Montoneros, dispuso la intervención militar en la provincia de Tucumán en un intento de sofocar la llama de desencanto del Pueblo. Aumentó la guerrilla urbana de Santa Fé y Córdoba. La prepotencia de López Rega, en quien se apoyaba la Presidenta de tal modo que llegó a hacerle Secretario de la Presidencia, atrajo hacia el poder la enemistad de amplios sectores, C.G.T. entre ellos. El día 4 de Julio, el fantasma de la huelga general, exigiendo aumento de salario a los trabajadores, ennegreció el país.

Omar devoraba la prensa diaria. Le dolía el declive al que, como otros tantos, veía precipitarse el futuro. Su sangre joven, fogosa como un potro, enervaba su voz, cuando se dirigía, apoyado en la confianza que sus compañeros depositaron en él al nombrarle delegado, al encrespado mar estudiantil. Era un buen estudiante. Trabajador incansable, de mente ágil e ideas claras, se había convertido en líder casi sin darse cuenta.

- Un besito, papá..., ¿me cuentas un cuento...?
- Mañana, ¿eh? Ahora, dormí
- Bueno, pues que venga mamá...
- Se acabará enfadando... ¿sabés?

Acaso fue el 25 de marzo del año siguiente la fecha que abriera, precipitadamente, las puertas a la negrura. Destituida María Estela Martínez de Perón, los "salvadores de patrias", los uniformados representantes de la represión eterna, extendieron, implacables, su garra destructora sobre argentina. Aquel año dejó morir su vida de estudiante el generoso holocausto a la libertad. Y aquel año comenzaron las lágrimas, los sonidos de botas militares subiendo amenazantes la escalera, el susurro apagado de las voces tras la atrancada puerta, el miedo denso como la niebla envolviendo las calles, las desapariciones...

La "browning" que le entregaron pareció quebrar su juventud, como si fuera de cristal precipitándole de manera violenta a su quehacer de hombre...

- ¡Por fin se durmió! Se resistía...

- Las mimas demasiado, Omar. Ya sabes lo que dice mi madre: " Si te haces de miel, te comerán las moscas".

- ¡Oh, no!, aún son demasiado chiquitas. ¿Sabés quién me llamó al trabajo esta tarde...? ¡El "negro"!. ¡ Después de casi un año...!

- ¿Pablito...? ¿Qué quería...?

- Imaginate... ja, ja..., ¡guita...!¡Este "negro"...!

- Es verdad, no cambiará nunca. Aún no te ha devuelto el dinero que le dejaste y hace ya casi dos años... ¡qué morro...!

- Es un amigo, Luisita, y la guita es eso... sólo guita. Me pasás la fruta... Un amigo es algo importante...

Sus amigos fueron detenidos. Se diría que cada uno de sus pasos era conocido, que cada uno de sus movimientos estaba controlado. No tenía miedo, sólo congoja, una congoja asfixiante que llevaba pegada al cuerpo, en soledad, lejos de la vivienda luminosa y baja de Lanús, de la que salió de noche, sin despedirse más que de Eva, que, en camisón, le sorprendió cerca de la puerta y, sin preguntar, le abrazó con los ojos brillantes, susurrándole -"Tené cuidado, hermano..."- En soledad, perdido por las calles de Buenos Aires, añorando el pasado... Añorando las cálidas tertulias en "La Fiaca", entre Pavón y Brasil -"dos de mozzarella y una Coca-Cola..."-; los encuentros en "El clavel"... Tras una interminable soledad de casi cuatro días, pudo escapar hacia el sur...

- ... algo muy importante, Luisita, creéme....

"Señores pasajeros. dentro de unos momentos tomaremos tierra en el aeropuerto de Barajas...". La voz impersonal de la azafata le trajo a la realidad de un país extraño. Se encongió de hombros. Aquí, como fuese, continuaría su lucha.

Buenos Aires, a su regreso de Rosario, donde le llevó la urgente necesidad de detener la vuelta de los compañeros que llegaban a encontrarse con una trampa mortal, hervía de patriotismo. Galtieri, siguiendo la manoseada añagaza de que suelen echar mano los dictadores, había embarcado al pueblo en la loca aventura de una guerra. Había que echar al invasor del suelo patrio. Morían los jóvenes en la lejanía de las malvinas, de una manera absurda. No fué capaz de hallar a sus compañeros, a sus camaradas de siempre. Eran ya sólo nombres en largas listas de desaparecidos, que se habían quemado como las mariposas al acercar su vuelo enamorado a la llama de la libertad. Se quedó el tiempo justo para hacerse con una documentación falsa y hacer llegar a Eva, la mágica hermana de sus recuerdos, el triste recado de su partida... Los buscaría en España. Algunos escaparón allá. Allá se reorganizarían...

Bajó la escalerilla sin más equipaje que el odio acumulado en sus años de lucha bajo la proscripción, un sueter, unos tejanos y una irrisoria cantidad de dinero español en el bolsillo, pero se sentía fuerte. Nadie, absolutamente nadie le haría olvidar. Nadie podria vencer aquel odio de acero...

- ¿Un matesito, Luisa...?
- Si, ve al salón y pon un poco de música. Enseguida caliento el agua. No subas demasiado el volumen, no alborotemos a las niñas. De todas maneras no nos vamos a quedar más que un ratito, mañana has de levantarte muy temprano...
- Es igual, vos sabés lo lindas que son estas veladas, ¿no es sierto...?

Lo sorprendió la cálida caricia de su piel meses después. No le importó su aspecto ni la barba cerrrada de varios días, sólo su corazón y la dulzura, se lo dijo después, de su acento melódico. La primera vez que le tomó el cansancio a su lado, en la semipenumbra, ahítos los dos de amor, se supo derrotado. Notó, dentro de sí, desmoronarse el hielo del odio acumulado al calor de aquel cuerpo cercano. Notó que le mojaba las heridas del alma una benevolente lluvia de olvido...

- Sólo vos pudiste, Luisita. Nadie más hubiera sido capaz...

- ¿De qué me hablas, Omar...?

Sonriente, le ofrece el mate, al tiempo que se sienta en sus rodillas y los dos se sienten envueltos por una voz tenue que se escapa de los altavoces: "Miii Buenos Aiiires querido..."

Plaza de Mayo




















(I)
1985



Madrid...

-A muchos vientos de una plaza
mecida en la tristeza-

Mediodía de sol,
humos,
bullicio.

El autobús conjuga
un racimo de seres
en silencio,
desmiga en el asfalto
las distancias
y ronca
soledades de gran ciudad,
perdida
en el cuaderno nuevo del progreso.
Sólo una voz,
viajera,
loca,

-comenta alguien-

relata en un monólogo
la pena,
con acento de allá.

Madre dolida,
de mirada marchita,
repite
entre vocablos que son como un zumbido
una queja monótona.

-"Se lo llevaron..."

- dice;
y susurra su nombre
con cariño de miel.

Reclama
en alta voz
sin esperanza,
enajenada,

-piensan-

arrugando la breve cartulina
desgastada de besos....



(II)
1976-1977



La Plaza es una cuna
mordida por el hacha,
una diapositiva de cariño,
velada
por la lámpara hiriente
del interrogatorio.
Un recuerdo,
sangrante,
que las palomas nievan,
con mudedad,
al mundo de los ordenadores,
en copos de pañuelos.
Y es la tela una nana
de sollozos que llueven
y un bosque los letreros
donde el invierno puso
su silencio,
en escarchas
para robar el sueño de los ojos cansados,
ante la indiferencia.

-Duérmete, hijo del tiempo
que la opresión te escucha.
No pienses en voz alta.
Razonar es delito,
lo fue desde que el hombre
quiso el poder ...
Calla ...
Si sufres serás bueno,
premiado,
ejemplo ...
No confíes en colores,
la ambición los destiñe.
Duérmete.
Si despiertas
vendrán los uniformes ...
Los uniformes
que nuestra tierra paga
para que nos protejan.
Los uniformes
que han colocado a Dios
en su bandera,
bendecidos.
Los uniformes
que nos arrebataron
ese trozo de cielo
que nos alimentaba
en la soledad.-

Cada fotografía
tiene sobre la pátina de los años
la seda de un olor de pañales
y un breve balbuceo
de bálsamo ...

Cada fotografía
guarda el eco acunado
de los primeros años,
cuando la madre resumía su sombra
en una cala íntima
protectora de furia
de las aguas salvajes
en la calle estrenada ...

Cada fotografía
lleva el beso en la frente
-paloma de esperanza-
la fecha en que se abrieron las puertas del trabajo ...
Y las noches sin sueño,
cuando la aborrecida mensajera del frío
le rondaba la cama.
Y la ropa planchada,
cuando la carne henchía
de primavera el riego
y dejaba la casa
para beber las noches
en regazos de plumas ...

Cada fotografía
es un credo de vida
que se dispara
desesperadamente
al azul de los cielos,
implorante,
perdido ...

...................................

Los ecos desmadejan
por la Plaza
el quejido de la Naturaleza,
herida.
Es la historia que muere,
torturada,
en el tiempo;
migando sus ancestros
de flores libertarias.
Es la tierra que suda
el sufrimiento impuesto
sobre el olor a origen
de los Pueblos pasados
y los bélicos sones de las Razas,
dormidas,
gravitando en las cuentas de la arena infinita
que acuna el mar eterno
de libertad ...

Maternal Argentina
de azucenas de plata
florecidas
al paso de los amaneceres ...
Maternal Argentina,
heredera del viento
de Matacos,
Chorotes,
Charúas,
Araucanos,
Pulches,
Onas,
Diaguitas ...
cristalizando el polen
antes que la armadura
impusiera su norma
y parcelara
el verde de las tierras

-Llegaron de la niebla
de la leyenda,
altivos,
para meter la noche
en un arca importada
y tallar las hogueras
con modelos remotos-

Maternal Argentina
de las pampas de grano,
receptora de sombras,
en caliente sollozo
que reclama a los hijos del calor sometido,
ahogada en su congoja
sin obtener respuesta;
¿hasta cuando la sangre florecerá en ausencias,
con cansancios
de lejanías eternas
en palomas de cal,
sin levantar la pira
donde los sacrificios
purifiquen el aire
e inmolen a los cielos la semilla maldita
de los uniformados
cainitas intocables ...?



(III)
1996



... Un corazón de hielo
derramó
como hiel
en torrente
un río de luto al paso de los años:

Las órdenes,
el dictamen de plomo
de cuantos creen su frente
signada por el dedo de magia del destino,
de los que creen

-salidos de un infierno
inexplicable_

que el cielo es pertenencia,
heredada,
de unas clases preclaras.
Ladrones
de la maternidad impuesta;
secuestradores
de los hijos,
inocentes hinojos, que el odio

-no el amor-

hizo nacer
al cabo
de un tiempo de injusticia
y hoy reclaman
las damas de las blancas
gaviotas de pañuelos,
a las que el tiempo les dobló el tejido
de su pérdida
loca,
incomprensible,
sin medida ...

..........................

Se fueron sin amor,
sin un roce de labios, maternal, en la frente,
sin una mano impuesta

-con el calor del alma-

enlazando sus dedos.

-Sólo el mar,
el mar
inmenso
eterno,
inabarcable,
como una lágrima
que Dios dejó caer ...-

El mar les dio el arrullo,
la caricia,
la seda.

El mar les abrió el lecho
de nacarado seno,
los arropó con algas
y sábanas azules con encajes de espuma.
Acunó el sueño eterno
de sus ojos cerrados,
con ocultos sonidos de enormes caracolas.
porque el mar,
zafiro inabarcable,
multiplicó por cifras de amor su desventura,
hizo galas de luz
para vestirse
un manto de agua nueva
y recibirlos,
desterrados proscritos,
sin siquiera el adiós
de algún pañuelo
que agitara la brisa;
sin más bagaje
que la carne marchita
que les sirvió de andamio
para ejercer su oficio de vivir;
para hollar los caminos,
pensar,
besar en mieles;
deshacerse en nevadas de piel estremecida
en susurros nocturnos;
hablar,
acalorando
su alrededor en llamas
de nerviosas ideas;
sufrir,
sudar el premio de su salario;
desgastarse los ojos en páginas
huidizas;
frente a los paraninfos;
cubrir el papel virginal
de mensajes,
con la idea inamovible
de encalar el mañana ...

Sin más bagaje
que la carne...



-La idea huyó como el humo
sin que la garra obscura
la pudiera apresar,
para sembrarse
como semilla
tenue
esparcida a los vientos,
en otras carnes
abiertas al amor,
aún debajo
de las suelas castrenses
y el roce hiriente del acero impuesto,
porque ...,
¿quién pone freno
a la impetuosa libertad de un río ...?


El mar les dio el asilo
para siempre,
en sus pliegues.
Y celebró por ellos exequias
de agua,
en esmeralda limpia.


Acaso hasta cubrió su superficie
con un vaho gris,
después de la acogida.
Un vaho de pensamientos,
eternos,
como un enjambre
de marioposas
que puso velo al agua
y que algún navegante,
en su ignorancia
de la maldad que impuso el holocausto,
acaso creyó niebla.


Una moneda de sombra para un sueño




















Con "Una moneda de sombra para un sueño", he pretendido recoger una historia pequeña, intrascendente casi: la de un grupo de personas que, al morir la semana, teníamos una cita en un breve recorte de campo -casi isla ya- en la inmensidad de progreso.
Nuestra "sala de juntas" era la sombra de un inmenso algarrobo que se aferraba al monte de una manera terca -con el tesón acaso de los viejos que presienten la vida alejarse-..................
.......................................................................................................................................................................
,,,Hoy, cuando la última décima de este poemario ha querido venir, caprichosa, a mi imaginación con la primera luz del nuevo siglo, el árbol ya no existe, se lo llevó el progreso, como anunciaban los versos finales de este libro; y, con él, la sombra y las tertulias.
Nos quedó el recuerdo, la amistad que acunamos bajo su protección y estos versos.

Fuengirola, febrero de 2010
A. Ruiz L. de Lerma


Algunos poemas que figuran en el libro:

EL SUEÑO

Alzo mi vaso en el viento

mientras la tarde se muere
y crece la sombra. Quiere
abrazar mi pensamiento

la luz; lloverse en adviento

sobre otra tierra, que espera,

vestida de primavera

en medio de la utopía,

arados de fantasía.

Y pienso...

Si se pudiera...


...................................................
...................................................

...Sembrar de cesped la bruma
y salpicar de amapolas
la arena. Sobre las olas,
con una tinta de spuma
donde mojara la pluma
una mano enamorada,
anotar una llamada
fraterna a la lejanía
cuando se lloviera el día
en sueño sobre la almohada...

.................................................
.................................................

...Nevar sobre la obsidisna
rígida de la amenaza,
que con su nombre amordaza
la nata de la mañana,
la vestidura temprana
del almendro, florecido
junto a un sendero, dormido
al esperanzado abrigo
del terciopelo de trigo
apenas recién nacido...


LA GENTE
-" Pero no tuve tiempo ni tinta para todos..."-

Pablo Neruda


Karin

Karin es un susurro vespertino,
una sonrisa dulce; un aleteo
de hojas en la ventana; el septembrino
sol del atardecer; un parpadeo
de luz en el trigal; la mansa bruma
de un grabado vienés, que la marea
depositó, entre sábanas de espuma,
una noche estival de harina y brea
en la miel de un bolero, y el aroma
del sur, echado frente al mar de plata,
meciendo su abanico de paloma,
adormeció en eterna serenata.


Alicia

Tiene el mar en la mirada
y en la voz la melodía
suave de la lejanía
en donde dejó varada
su infancia. Escribe callada
un aria sobre el dorado
cielo costero, pautado
de esperanza cotidiana,
maternal, cada mañana.
Y guarda el tiempo pasado
en agendas de colores,
donde pegó el harinoso
primer beso pegajoso
de tres breves ruiseñores.
Tres bulliciosos amores,
explosión de algarabía,
que ella seda en la armonía
de luna con que engalana
la gaviota, que, al mañana,
deja volar cada día.


Marcelo

Vuela, bañado de luna
un barrilete de plata,
que construyó con la nata
de sus recuerdos. Acuna,
contándole una por una
las páginas del pasado,
a un niño, que, desolado,
se queja en la lejanía
cuando se termina el día
en soledad; y, varado,
alza sus ojos al cielo
caminando por la arena,
con un babero de pena
que le bordó en terciopelo
el sol hacho caramelo
de algún ocaso dormido.

No aprendió a volar... Y herido
por la llaga del presente
vaga en un mar penitente
en un velero perdido.


Paquita

Tiene el sol de la infancia dorándole el sendero
de un colmenar dormido en el alma abrileña
y la frescura alada de un eterno velero

navegando en los rizos de luz de la mañana.

Cautivo del encaje de un sueño marinero,

mediterráneo, libre, mecido en habaneras,
se asoma a la ventana su corazón viajero

mirando al infinito, mientras borda en colores

el vestido de luna de un tiempo venidero.

Conserva entre las hojas de etéreos girasoles

un cuaderno de cromos. Y guarda el monedero

maternal de otras horas, en cartulina sepia

bajo la leve sombra de un viejo limonero.

Con el color del mar























Arroyo de la miel
Arroyo de la miel, luz y colmena.
Mariposa de azúcar, centelleo
trepando por las cuestas, forcejeo
de plata cincelada. Hierbabuena

prensada entre las páginas de arena
de una agenda. Sedoso devaneo
de la tierra y el sol. Blando jadeo
del mar cercano. Canto de sirena

que atrapa al visitante y lo enamora.
Siamesa hermana en alba derretida,
que se abraza a la magia misteriosa

del sur, tallado en ascua cegadora,
y en él diluye su rubor, vencida,
acaso por el roce de una rosa.


Surtidor del estanque


Afilada palmera, que en la altura
te acopas y del agua, mensajera,
escapas con urgencia. Enredadera
trepando en vertical la escarpadura
del aire. Aguja de agua, con premura
por hilvanar la libertad primera.
Saeta de cristal, devanadera.
Hilo de una cometa. Tachadura.
No escuchará el azul tu rogativa
de agua por el jardín aprisionada,
ni calmará tu chorro penitente
su iracundo manar, agua cautiva
en medio de la hierba, acariciada
por el roce de un cisne solamente.



Plaza de la Mezquita
Pandereta de luz, aprisionada
en la cera anular de una colmena,
reposa bajo el sol, aletargada
como una barca que apresó la arena.
El día pasa por ella silencioso,
rozando apenas de su lecho el brillo,
bordado en sol y, por bordado, hermoso,
hasta gastar del oro el amarillo.
Abre, luego, la noche el terciopelo
de su inédita magia. Una paloma
de luna los convoca, con su vuelo,
a deshojar, prendidos en su aroma,
la flor de primavera; y en el rito
se agiganta la nácara. Graniza
la música, afilada como un grito,
en la luz del neón, donde se riza
el pensamiento en humo. Y los colores
giran en alocado torbellino
sobre la juventud, cautivadores,
hasta morir la noche.
Peregrino
el nuevo sol derrama su tibieza.
La plaza, casi sola, macilenta,
toma el reposo, herida de pereza,
sin galas ya, del alba cenicienta.


CASTILLO DEL BIL-BIL

Altivo emir de cielo y de canela,
anclado de otro tiempo en la ribera,
frente al mar. Orgullosa primavera
que dominó la historia. Inhiesta vela

de una barca varada. Rota espuela
de un jinete perdido. Hoja postrera
de una carta al pasado, que escribiera
con urgencia el recuerdo. En tu cancela

duerme, preso de encajes, el reflejo
del agua eterna que bañó otras horas
y hoy vuelve a visitarte compasiva,

porque el niño de entonces murió viejo,
calló el clarín, cambiaron las auroras
y se perdió el bajel a la deriva.



PLEAMAR

Se agita el mar en rítmico jadeo
para alcanzar el lecho de la arena
tendida al sol. Su espuma de deseo
galopa alada, salta y desmelena
su cabellera blanca, perfumada
con aromas de sal. Eleva, ajena
al tiempo que se va, la prolongada
mano que, en nácar insistente, riza
su violenta caricia. Dilatada,
en huella de humedad, no paraliza
el encaje del mar la acometida.
Una vez, otra vez... Y se desliza,
bajo el cristal la playa seducida
por el violento amante, que la arropa
tras el amor, porque quedó dormida.

Primera Antología

Paisaje en gris




















Oración por los chicos que hoy tengo a mi cuidado.


Elevo mi plegaria por vosotros,
en la azulada tarde del verano,

porque nunca sepáis de esa violencia
que hemos ido inventando los mayores,

porque tengáis trabajo cuando toméis las riendas.

Porque heredéis un mundo de fraternal abrazo,

mejor que el que tenemos...

Porque vuestro horizonte sea honrado cada instante.

Porque toméis la rosa y bendigáis al cielo,
aspirando el aroma que inventó para ella.

Porque sepáis que existe, al borde del camino,

un ejército oscuro de personas sin nombre,
que también son hermanos...

Porque no eludáis nunca abrazar al humano

aunque sea su uniforme de harapos y desidia.

Porque entendáis que el cielo florece en nuestras cosas

y busquéis la honradez en los quehaceres,

si es menester, gritando la injusticia,

levantando la frente por defender al débil.

Porque seáis solidarios con los pueblos que lloran

más allá de la mar, lejanamente.

Porque entendáis a Dios mucho más grande

que ese nombre que honramos los domingos

y le miréis llegar ante el despacho

cansado y susurrante, para pedir empleo,

o en la oscura taberna, hermanado a la noche,
o solo en el asilo, esperando una mano.
Porque sepáis buscarlo en el bar, la tertulia,
el escaño o la cena, o el tálamo amoroso junto a la compañera.


Porque no compartáis la verdad amañada

de cuantos lo imaginan de propiedad privada.

Porque sepáis que existe en el surco, en la calle,
en el taller, cubierto con grasa de motores,
en la escuela, en la linde, en la parva y el tajo,
en la mar y los trigos, tras de la ventanilla,
ante la larga fila, con la boina en la mano,
en la sala que ocupan un quinteto de enfermos,

en el hombre humillado, en el preso, en la copla

que canta el jornalero, en la caricia

de la madre que acuna su copo de cariño...

Porque rompáis el mito de las "clases preclaras"
Porque llaméis hermano al condenado,
al alcohólico, al necio, al resentido,

a la ramera, al loco...


Porque hagáis un día leyes como las de aquel libro,

que hemos ido olvidando con nuestra enorme prisa.



Calló la voz su grito de esperanza

La toga se tiñó de lava hiriente,
de púrpura candente en agonía,
haciendo el ara, en nieve, de amapolas
con qué la libertad fructificara.
La palabra deshizo sus arpegios
al filo de un cuchillo y cien mil gritos
cantaron el final.
Vagaba un pueblo
por los cañaverales sin destino,
con el cielo pesándole en la frente.

El Salvador sencillo reclamaba
la oración de una queja. Los fusiles
agostaban la mies de la esperanza
y el altar era un coágulo de gentes
llorándole al buen Dios su desventura...

El altar reclamaba por los muertos
haciéndose silencio en los olvidos,
por los toscos braceros de soldada
silenciada en despachos.
-Cardenales
rogaban al Señor, entre la seda,
la humidad y el amor, balanceaban
el incienso en el templo y susurraban
su plegaria romana a los turistas...-

Y un hombre se hacía, en sangre, sol y grito,
bandera de la tierra, libertario
versículo del libro más antiguo.
con él agonizaban, como un toro
vertiendo a borbotones su bravura,
los soldados del hambre, los proscritos
por levantar la voz, las mujerucas,
los hombres del maizal y de la caña,
los de Chalatenango y Sonsonate,
La libertad, Cabañas y Santa Ana,
los mineros del hierro y de la plata,
los de la fe sencilla, los que acunan
en cada amanecer la caracola
de un sonido de añil para un día nuevo,
los que guardan su miedo en la tibieza
de la proximidad...

Y las cañas de azúcar marchitaban
sus brotes de verdor. Y los machetes
dejaban de brillar... Sólo las frentes
conjugaban sudores milenarios,
como una obscura herencia imperialista.

La América del sol, la que se imprime
sobre los cafetales, la que llora
bajo la represión toda su noche,
abriendo al mar tan sólo una ventana,
se eclipsaba a un azul de claridades,
con el cáñamo hiriendo su garganta.

Y no había en la llanuras un Bolivar,
flameando las crines de una estela,
para cruzar el tiempo y desmigarlo,
como una loca espiga anunciadora
de alboradas de pan y noches suaves
en las que hacer de amor los mil sonidos.

La voz se hizo de mar hostil y ronca,
con la vida rompiendo en la frontera
donde se hace sonido el horizonte.
Luego..., se hizo el silencio penitente,
al tiempo que la noche descendía
donde aguardaba Dios hecho alimento.

Romero era un despojo, la congoja
de un pueblo frente al circo despiadado.

En Roma preparaban un viaje
al sucesor de Pedro, todo blanco,
que salía... a bendecir a los cristianos.



Nana -al hombre que me enseñó el cariño-


Duérmete en los amores,
viejo del alma,
que te tomó ya el cielo
sobre su palma.
La caricia de nieve
que te faltara,
sopla su viento suave
sobre tu cara.
La dulce seda aquella
que se fue al cielo,
te aguardará en azules,
con el desvelo
que te faltó de niño.
Toma su mano,
póntela en la mejilla,
que, grano a grano,
guardará para el hijo
el amor de viento
que el padre acariciba
en el pensamiento.
Cuéntale, cuando llegues,
del nietecillo,
dile de los amores,
que, en amarillo
derrama en las cuartillas
y de sus cosas.
Dile a la abuela, padre,
las amorosas
corolas que deshojo
cada mañana,
porque murmure el viento
como una nana.
Cuéntale los recuerdos
que susurrabas
en aquellos jazmines
con qué adornabas
mis peldaños primeros.
Dile del tiempo
que desgranamos juntos,
de aquel lamento
de las horas de plomo,
cuando querías
hilar de sol la ropa
que me traías.
Dile que sigo haciendo
de amor el día
y de estrellas el tiempo
en la melodía
que suena por la frente
cada alborada;
que me deshago en letras
-barca varada-
sobre una mar que tengo
en el pensamiento.
Que me dio Dios la rosa de rojo acento,
para hacer primavera
mis soledades
y el cariño que crece
en mis heredades.


Apuntes para un tiempo final




















Mis escasos amigos...


Os llevaré al final de mi camino.
Estaréis en mi surco, en mi reguera,
en mis copos de almendro, en el destino

del grano en mi insegura sementera.

Porque sois de mi cielo y mi semilla,
de mi luz, de mi lágrima y mi paso
y el amoroso polvo de mi arcilla,
vuestra será mi alforja hasta el ocaso.



Crónica
I

Estaba por los campos
y en las calles. Su aliento
calentaba a los niños,
hacía nacer las flores.
Era lluvia y palabra,
trabajo, pan, descanso,
maternidad y beso...
Y lo hicieron de yeso.
Y lo encerraron.
Y levantaron muros
revestidos de encaje.
Y le forjaron puertas
del bronce más sonoro.
Y, para visitarle,
se colgaron atuendos
de púrpura y alhajas.
Imprimieron pasquines
de sonoros pretextos
llenos de prohibibiones.
Luego pusieron cruces
sobre el polvo de esclavos,
que hicieron con sus huesos
cimientos de basílicas.
Bendijeron la roca
con la huella del plomo
y se posesionaron
de su nombre las dagas,
las multinacionales,
los bancos, los burgueses,
las tiaras y los cuervos,
como procesionaria
de paso interminable.

II
El poeta vagaba
por el pantano oscuro
de una tuberculosis
de colores siniestros,
al borde de un abismo
de silentes fronteras,
donde la masa herida
levantaba los puños.
Y era el verso un adorno
de vidriosas doncellas
disfrazadas con tules;
y muñecos los vates,
de afeminado gesto,
que revoloteaban
jugando a primaveras.

III
Dios lloró sobre el páramo
su amoroso recuerdo
y el sol cubrió de mayo
los restos de un invierno
de pesados silencios.
La élite se agrietó.
Las leves golondrinas
conjugaron del viento
el libertario soplo.
Y alumbró la alborada
un cauce de senderos
en el terreno liego.
Cuarenta adolescentes
trajeron la bandera
de los negros rincones
y volvieron los viejos
de las horas de olvido
a dormirse en la herencia
de lo que nunca hicieron.
La sangre florecida
a través de los años,
llenaba los majanos
de naciente esperanza.

IV
Pero volvieron luego,
con las primeras nieblas,
como un torrente loco
de ennegrecidas aguas.
Y lamieron sus olas
los sillares del templo
donde la gente oscura
le rezaba al recuerdo
de pasados dolores.
Venían de los despachos
de los desocupados,
inventando paneles
de idílicas llanuras
y oníricos futuros
con qué drogar al pobre.
Su graznidos llenaron
las calles, las tabernas,
las iglesias del alma,
las plazas, los mercados,
los bancos de la escuela,
las ermitas de barrio
y el atrio venerable
donde el cielo soñaba
con locas libertades.
Se vistieron de blanco
y enguantaron las manos
con venerable gesto
de dulces franciscanos.
Y se llenó la plaza
de sus largas promesas,
como un humo amarillo
de mentiras de gasa.
Cada uno encerraba,
bajo máscara afable,
un siniestro jinete
enfermo de ambiciones.
Procedían de un pasado
de mordazas legales,
que, cubiertas de polvo,
se habían hecho ya saldo
y no se resignaban
a morir en las sombras.
Abajo estaba el pueblo,
mordido por la crisis,
gravado por el peso
de los que nunca saben
el precio de la vida.
Estaba con las manos
unidas del paciente
al que siempre saciaron
el hambre con el leve
maná de un oración,
de un dulce de promesas
o la amenaza ronca
de mil condenaciones,
que impartían largamente
los hombres de morado.

Abajo estaba el pueblo,
con el pobre tesoro
de su voz solamente.
Y se la reclamaban...

V
Una tarde, en invierno,
cuando el coro de esclavos
naufragaba en el vino
de alejadas tabernas,
cuando los poderosos
se cambiaban las togas,
cuando los resentidos
cargaban sus fusiles,
cuando los mercaderes
vagaban por los atrios
con sus mercaderías
sin que Cristo volviese,
cuando seguían las momias
soñando las cadenas
y un corro de banqueros
cantaba democracias
mientras se extendía el paro,
la barca del poeta
se perdió en la negrura
de solitarios mares.

Tres faroles llevaba
oscilando en su rumbo,
tres únicas estrellas
como tres pensamientos
para templar su invierno.



ESPERANZADA NANA DE FUTURO
A mis hijos

Globo de sueño y luna
mi golondrina,
descansa de su vuelo
con vuestra harina.
Canción del viento
que alimenta mis horas
con vuestro aliento.

Soy niño en los dibujos
de esa cartera,
donde el sol se hace rama
de enredadera.
Ojos de niño,
magia de la mirada,
flor de cariño.
Mi alborada se duerme
en vuestra sonrisa,
ese recorte de oro
de la cornisa
fin de la vida,
que acariciáis jugando
como dormida.
Vuestra paz es la silla
junto al brasero
que promete el descanso
para el viajero.
Copos de nieve,
milagro de la sangre
que el tiempo bebe.

El beso se hizo carne
por el camino
para hablarle al futuro
del peregrino.

Versos para una tragedia




















Cántico general


El cielo se hizo lágrima,
mi tierra-el amoroso trozo de la entraña-,
se nos vistió de lodo. Fue de lodo
el viñedo y la bodega,
de lodo la vejez abandonada,
la mirada asustada de los niños,
el tabique del pobre y el rebaño.
Se hizo de lodo el mar de mi llanura.
Se murió la oración.
Hasta los ojos se llenaron de lodo.
Y la noche fue grito, muerte y pena
que los cerros regaron.
Julio se hizo de invierno. La palabra
se me durmió en la boca, y era hielo
la lágrima sin forma en el cerebro.

La calle -oscuro trozo de silencio-
lloraba a Dios un cántico sin alma.

Tierra adentro






















Tendrá la tarde sol de despedida


Habrá al final un hombre derrotado
con su alforja de afectos solamente.

Un hombre nada más. Tendrá en la mente

la mirada dormida en el pasado

y por el corazón una colmena,

que puso la entrañable compañera.

- Caricia, corazón, madre y cadena

de dulces eslabones, sementera

con que dorar los hijos sus espigas-


Tendrá la tarde sol de despedida

y acarrearán, pausadas, las hormigas

las últimas migajas de la vida.



La otra cara de aquella cigarra

Fue de canción su culpa, había nacido,
tejedora de notas estivales,
para llenar los campos de sonido.
Compañera del sol y los zarzales,
del brote del tomillo y de la espiga,
fue gota de verano. En madrigales
puso granos de miel por la fatiga.
Acompañó, juglar de mediodía,
el mecánico esfuerzo de la hormiga.
Y la leve semilla que ponía
murió sin germinar, entumecida,
cuando llegó el calor a su agonía.

Tomó a risa la fábula su herida
y le negó el quehacer hora por hora,
con ese odioso símil de medida
que destierra al que canta y no atesora.
Y aún se cuentan los años con monedas
a costa, tantas veces, del que llora



Carta en la noche a Mario

Mis brazos como lecho te reciben,
cansado de jugar, pequeño y suave,
cálidamente niño, florecilla
de pétalos vencidos por el sueño.
Y te siento dormido en mis arterias
cuando la luz se apaga, palpitante,
llevándome tus dedos chiquitines
a aquel mundo de antaño, de la mano,
a mis primeros juegos solitarios.
Mi vida borda en tí toda la plata
de mis sendas de luna, ya olvidadas,
que tus mágicos ojos resucitan.
Y el dormido paisaje se agiganta,
cobra vida mordiendo los rincones
que se llenan de sombras de juguetes.

Yo ya no me iré nunca, tu ocupaste
el hueco del sillón de mi recuerdo;
andarás por los dos cada vereda
cuando la noche en mí cante tu día.
Volverás por mis pasos con los tuyos.
Seré cuando camines, cuando llores,
cuando riegues tu huerto de recuerdos,
cuando lleno de amor, en sementeras
de acalorada miel, pongas tu grano.
Seré por tí, cuando la gente olvide
-como tributo al tiempo- mi existencia,
cuando el viento despierte los murmullos
de las hojas del árbol un verano,
acogido a la sombra poderosa
que yo no pude ver cuando lo puse
-solamente una rama entre la tierra-

No, ya no me iré nunca, mi palabra
estará con la brisa por tu frente.
Aquel pobre destello de mi vida
irisará en tus ojos cien caminos;
y mi polvo será luz en tus sienes.

Estaré en tu gemido, en tu sonrisa,
en tu recorte de alma por la madre,
en tus noches de insomnio, en tus defectos ...,
como el rumor está en el arroyuelo.

Pero ahora te me duermes en los brazos,
limpiamente ignorante, niño sólo,
con un mundo de ceras y carretas
y muñecos de plástico que animas
para inventar tus locas aventuras.
Y yo siento tu beso pegajoso
con toda su frescura en mi mejilla,
mientras el día se muere en la ventana
y la loca paloma de mi mente
vuela en el olivar de tu futuro.

Desván






















DESVÁN es un manojo de recuerdos, que se clavan a veces en los sesos, cuando la madrugada se llena de penumbra, sin sueño, en en la cabeza. Recuerdos que nos llevan a un camino pasado, tejiendo un velo gris de despedidas, o a acunar unos versos por la vida y sus frutos de cariño o de queja. Recuerdos y palabras de sincero homenaje por los seres sencillos, que pasaron y pasan -arquitectos de sombra- construyendo su trozo de vida en el silencio ...



El abuelo

Era un hombre de recias soledades,
viajero por las horas de su vida
personaje del pueblo, con la herida
de cada amanecer en sus verdades.

Edificó un recinto, como tantos,
reducto del cariño más sencillo,

en plena primavera. Todo el brillo

de su esfuerzo, su anhelo, de sus llantos

y su ténue ventana hacia el futuro,

fue el arbusto plantado por su mano

en la leve heredad, de suelo llano,

del pedazo del alma más seguro.


Junto a él la compañera de ilusiones,
violeta y sembradora por su senda,

puso espigas de luz, como una ofrenda
por ese altar de penas y canciones

en que inmolan los hombres sus jornadas.

Y floreció de amor su sementera

con tres granos de vida, en escalera

para llevar al cielo sus miradas.


Su joven corazón calló aquel día,
apagando su voz en el camino.

Sorbió él su soledad. Hirió el destino

tres lágrimas de vida que crecía.

Perdió el abuelo entonces su cayado,

aquel paso seguro de otras veces.

Naufragó, marinero, por las heces

de la mar de su sueño destrozado.

Y crecieron sus hijos, encogidos,

como plantas sin sol, porque aquel beso

de maternal arrullo estaba preso

de un rosal de luceros encendidos.


Después tres roncos años, gavilanes,
les robaron la luz de sus pupilas.
Su noche fue perenne, no hubo lilas,

quebrado ya el cristal de sus afanes.

Le recuerdo en su mundo sin mirada,
con las huesudas manos amorosas

palpando al nietecillo; y eran rosas

las gastadas sonrisas de su nada.

Murió un once de mayo. Los rosales

reventaban color en sus botones,
la tierra daba luz a borbotones,
una explosión de vida en sus cristales.



Poema de la noche

La noche es el rosario de un monje misterioso
susurrándole al alma las páginas pasadas;
el refugio solemne de un alto campanario,
que canta, en sus campanas, las horas enterradas.
La noche es la tarjeta de grave cartulina
para saltar las horas en gris de cada día
y ocupar un escaño de nube y purpurina,
en donde dirigir la propia sinfonía.
La noche es un pasillo de ventanas cerradas,
con una puerta abierta al cósmico infinito,
donde vestir con lumbre de estrellas las arcadas,
bajo las que reposa, sin paz, un limpio grito.
La noche es la tragedia en que representamos
esa página nuestra , que nunca escribiremos,
-viajeros incansables, sin domingo de ramos-
porque vamos gastando en la sal nuestros remos.



El Toro

Noble, como el acero, desteñido
sin la paz animal de su reposo,
derramando la entraña sobre coso,
barbarie del humano, sin gemido.
Trenza de noche en astas, dardo vivo,
torrente natural, vértigo obscuro,
latido vertical, salvaje y puro,
remolino de fuerza y polvo altivo,
quemándose en el oro sin alarde,
holocausto de triste encrucijada,
naturaleza viva, sofocada
mientras desgrana su bordón la tarde.
Volcán de sangre tibia derramada,
ciclón desmadejado en un sofoco,
tromba de vida, exhausta poco a poco,
alacrán de andadura destrozada.

Prendido al sol, deshace gravemente
la sinfonía del mar, que le da vara,
bajo la eterna luz en que nadara
de su luna primera a su poniente.
Destrenzándose va, como un sollozo,
al tiempo que los hombres, sin sentido,
desgarran lo peor de su alarido,
que clama por su muerte, en alborozo.

Bruto noble de magia y porte altivo,
¿qué puedes entender, sobre la arena,
del hombre y su camino de gangrena,
que, con palpar la muerte se ve vivo ...?


Poemas de la tierra, el alma y la sangre



















Cuando llegue hasta Tí.



Cuando llegue hasta Tí, no me despidas,
no repases las cuentas de mi vida.
¡Te llevaré tan poco...!
Sólo podré ofrecerte
un puñado de rosas, que, marchitas,
te hablarán de mi paso,
peregrino en busca de una luz
entre las gentes, que Tú me regalabas
y un poco de papel,
en donde fuí vertiendo mi latido.








La abuela

La abuela

 

Amaneció a la vida en el otoño,
cuando lloraba el mosto de los carros
y brillaban los cantos y los niños
seguían a las galeras, jadeantes,
hasta verlas perderse tras las cales
de las últimas casas, revestidas
de plata por el sol en despedida.

Su infancia fue un latido
pequeño, entre las mozas
de una casa muy grande,
que fue de sus abuelos
y los abuelos de estos otros años.
Pequeño su paisaje, entretenido,
de la casa a las eras,
suaves, calvas y llanas,
límite de su mar y su horizonte,
donde vio a sus hermanos,
con el lamento breve de un fandango
temblando entre los labios,
sumergirse en las mieses,
con el cuerpo bañado
de polvo y de sudor
y los ojos brillantes,
erguidos en la tabla de la trilla.

El quejido del carro con la aurora,
la voz recia de bronce, bajo el alba
de los bravos gañanes,
los cascos de la mulas, resonando
en las piedras gastadas,
alertaron sus ojos mil mañanas,
aún antesque el clarín del sol primero
hiriese las ventanas.
Luego el lento pasar de la jornada,
los troncos, crepitando en sinfonía
de labriegos y campo,
bajo la amplia campana
de la dulce cocina, cofre antiguo
de paredes ahumadas y ennegrecidas vigas,
de serijo y bargueño...

Las mozas de la casa
escriben en las telas, a punzadas,
calladas ilusiones en sedas de colores,
soñando silenciosas
con el mozo curtido por los soles
y las lluvias de abril,
o las blancas nevadas del año que comienza.

Preludio de campanas en la pequeña iglesia:
es hora de oración.
Las mozas y la madre,
con la mirada baja,
descifran su rosario lentamente
en rutina amorosa y desgastada.

Con las primeras sombras
poniendo enredaderas en las casas,
suena ronco el portón,
que regresan los hombres
con olor a retama,
sonando cascabeles, susurrando tonadas.
El puchero murmura perezoso
en su lecho de ascuas.

Los hombres sueñan tierra junto al fuego,
el padre lía en silencio su tabaco,
perdida la mirada entre las brasas,
cargado con la nieve de los años,
mientras golpea su mano encallecida
la rueda del mechero,
arrancando luceros de la piedra...
 





La abuela, moza aún, dejo la casa
con las primeras yemas en las viñas
y se marchó a crear una mañana,
compañera del mozo enamorado,
otro nuevo horizonte de cielo y de viñedos,
con el sabor amargo de la tierra
y la miel de la brisa, el sol y los latidos
de cada atardecer y cada aurora.

Sólo vivió de sueños
la corta primavera de su vida.
En el arcón quedaron sus desvelos
de luces de candil, ilusionados,
sus manteles de paz acrisolada,
los bordados de amor junto a las cepas,
los sueños de ilusión tras los cristales;
y se fue marchitando, lentamente,
desde el hijo primero hasta el octavo.

Con las primeras horas de su otoño
pintándole las sienes,
dio el adiós doloroso
al mozo, recio un día
que se durmió callado
en un atardecer, dejando sombras
de una pena sencilla en sus entrañas.

Un retrato amarillo de otros días,
hablando en soledad de madrugada
silencios de nostalgia y de caricias,
le acompaña en su andar y su "ir tirando".

Los hijos se marcharon a otras tierras,
perdida su batalla y su sendero.
Ella es parte cansada de un recuerdo,
de su tierra y su sol, de su tonada,
que se quedó a esperar en el silencio;
y sus hilos de plata son testigos
de aquel mar de otras horas, desolado,
que se perdió en la nada.

En muchas ocasiones acaricia
la chaqueta de pana desteñida
y sus ojos, perdidos en los años,
llueven con paz, besando sus arrugas,
mientras el sol se pone en el ocaso.