lunes, 20 de octubre de 2008

Una moneda de sombra para un sueño




















Con "Una moneda de sombra para un sueño", he pretendido recoger una historia pequeña, intrascendente casi: la de un grupo de personas que, al morir la semana, teníamos una cita en un breve recorte de campo -casi isla ya- en la inmensidad de progreso.
Nuestra "sala de juntas" era la sombra de un inmenso algarrobo que se aferraba al monte de una manera terca -con el tesón acaso de los viejos que presienten la vida alejarse-..................
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,,,Hoy, cuando la última décima de este poemario ha querido venir, caprichosa, a mi imaginación con la primera luz del nuevo siglo, el árbol ya no existe, se lo llevó el progreso, como anunciaban los versos finales de este libro; y, con él, la sombra y las tertulias.
Nos quedó el recuerdo, la amistad que acunamos bajo su protección y estos versos.

Fuengirola, febrero de 2010
A. Ruiz L. de Lerma


Algunos poemas que figuran en el libro:

EL SUEÑO

Alzo mi vaso en el viento

mientras la tarde se muere
y crece la sombra. Quiere
abrazar mi pensamiento

la luz; lloverse en adviento

sobre otra tierra, que espera,

vestida de primavera

en medio de la utopía,

arados de fantasía.

Y pienso...

Si se pudiera...


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...Sembrar de cesped la bruma
y salpicar de amapolas
la arena. Sobre las olas,
con una tinta de spuma
donde mojara la pluma
una mano enamorada,
anotar una llamada
fraterna a la lejanía
cuando se lloviera el día
en sueño sobre la almohada...

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...Nevar sobre la obsidisna
rígida de la amenaza,
que con su nombre amordaza
la nata de la mañana,
la vestidura temprana
del almendro, florecido
junto a un sendero, dormido
al esperanzado abrigo
del terciopelo de trigo
apenas recién nacido...


LA GENTE
-" Pero no tuve tiempo ni tinta para todos..."-

Pablo Neruda


Karin

Karin es un susurro vespertino,
una sonrisa dulce; un aleteo
de hojas en la ventana; el septembrino
sol del atardecer; un parpadeo
de luz en el trigal; la mansa bruma
de un grabado vienés, que la marea
depositó, entre sábanas de espuma,
una noche estival de harina y brea
en la miel de un bolero, y el aroma
del sur, echado frente al mar de plata,
meciendo su abanico de paloma,
adormeció en eterna serenata.


Alicia

Tiene el mar en la mirada
y en la voz la melodía
suave de la lejanía
en donde dejó varada
su infancia. Escribe callada
un aria sobre el dorado
cielo costero, pautado
de esperanza cotidiana,
maternal, cada mañana.
Y guarda el tiempo pasado
en agendas de colores,
donde pegó el harinoso
primer beso pegajoso
de tres breves ruiseñores.
Tres bulliciosos amores,
explosión de algarabía,
que ella seda en la armonía
de luna con que engalana
la gaviota, que, al mañana,
deja volar cada día.


Marcelo

Vuela, bañado de luna
un barrilete de plata,
que construyó con la nata
de sus recuerdos. Acuna,
contándole una por una
las páginas del pasado,
a un niño, que, desolado,
se queja en la lejanía
cuando se termina el día
en soledad; y, varado,
alza sus ojos al cielo
caminando por la arena,
con un babero de pena
que le bordó en terciopelo
el sol hacho caramelo
de algún ocaso dormido.

No aprendió a volar... Y herido
por la llaga del presente
vaga en un mar penitente
en un velero perdido.


Paquita

Tiene el sol de la infancia dorándole el sendero
de un colmenar dormido en el alma abrileña
y la frescura alada de un eterno velero

navegando en los rizos de luz de la mañana.

Cautivo del encaje de un sueño marinero,

mediterráneo, libre, mecido en habaneras,
se asoma a la ventana su corazón viajero

mirando al infinito, mientras borda en colores

el vestido de luna de un tiempo venidero.

Conserva entre las hojas de etéreos girasoles

un cuaderno de cromos. Y guarda el monedero

maternal de otras horas, en cartulina sepia

bajo la leve sombra de un viejo limonero.

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