lunes, 20 de octubre de 2008

Desván






















DESVÁN es un manojo de recuerdos, que se clavan a veces en los sesos, cuando la madrugada se llena de penumbra, sin sueño, en en la cabeza. Recuerdos que nos llevan a un camino pasado, tejiendo un velo gris de despedidas, o a acunar unos versos por la vida y sus frutos de cariño o de queja. Recuerdos y palabras de sincero homenaje por los seres sencillos, que pasaron y pasan -arquitectos de sombra- construyendo su trozo de vida en el silencio ...



El abuelo

Era un hombre de recias soledades,
viajero por las horas de su vida
personaje del pueblo, con la herida
de cada amanecer en sus verdades.

Edificó un recinto, como tantos,
reducto del cariño más sencillo,

en plena primavera. Todo el brillo

de su esfuerzo, su anhelo, de sus llantos

y su ténue ventana hacia el futuro,

fue el arbusto plantado por su mano

en la leve heredad, de suelo llano,

del pedazo del alma más seguro.


Junto a él la compañera de ilusiones,
violeta y sembradora por su senda,

puso espigas de luz, como una ofrenda
por ese altar de penas y canciones

en que inmolan los hombres sus jornadas.

Y floreció de amor su sementera

con tres granos de vida, en escalera

para llevar al cielo sus miradas.


Su joven corazón calló aquel día,
apagando su voz en el camino.

Sorbió él su soledad. Hirió el destino

tres lágrimas de vida que crecía.

Perdió el abuelo entonces su cayado,

aquel paso seguro de otras veces.

Naufragó, marinero, por las heces

de la mar de su sueño destrozado.

Y crecieron sus hijos, encogidos,

como plantas sin sol, porque aquel beso

de maternal arrullo estaba preso

de un rosal de luceros encendidos.


Después tres roncos años, gavilanes,
les robaron la luz de sus pupilas.
Su noche fue perenne, no hubo lilas,

quebrado ya el cristal de sus afanes.

Le recuerdo en su mundo sin mirada,
con las huesudas manos amorosas

palpando al nietecillo; y eran rosas

las gastadas sonrisas de su nada.

Murió un once de mayo. Los rosales

reventaban color en sus botones,
la tierra daba luz a borbotones,
una explosión de vida en sus cristales.



Poema de la noche

La noche es el rosario de un monje misterioso
susurrándole al alma las páginas pasadas;
el refugio solemne de un alto campanario,
que canta, en sus campanas, las horas enterradas.
La noche es la tarjeta de grave cartulina
para saltar las horas en gris de cada día
y ocupar un escaño de nube y purpurina,
en donde dirigir la propia sinfonía.
La noche es un pasillo de ventanas cerradas,
con una puerta abierta al cósmico infinito,
donde vestir con lumbre de estrellas las arcadas,
bajo las que reposa, sin paz, un limpio grito.
La noche es la tragedia en que representamos
esa página nuestra , que nunca escribiremos,
-viajeros incansables, sin domingo de ramos-
porque vamos gastando en la sal nuestros remos.



El Toro

Noble, como el acero, desteñido
sin la paz animal de su reposo,
derramando la entraña sobre coso,
barbarie del humano, sin gemido.
Trenza de noche en astas, dardo vivo,
torrente natural, vértigo obscuro,
latido vertical, salvaje y puro,
remolino de fuerza y polvo altivo,
quemándose en el oro sin alarde,
holocausto de triste encrucijada,
naturaleza viva, sofocada
mientras desgrana su bordón la tarde.
Volcán de sangre tibia derramada,
ciclón desmadejado en un sofoco,
tromba de vida, exhausta poco a poco,
alacrán de andadura destrozada.

Prendido al sol, deshace gravemente
la sinfonía del mar, que le da vara,
bajo la eterna luz en que nadara
de su luna primera a su poniente.
Destrenzándose va, como un sollozo,
al tiempo que los hombres, sin sentido,
desgarran lo peor de su alarido,
que clama por su muerte, en alborozo.

Bruto noble de magia y porte altivo,
¿qué puedes entender, sobre la arena,
del hombre y su camino de gangrena,
que, con palpar la muerte se ve vivo ...?


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