lunes, 20 de octubre de 2008

Apuntes para un tiempo final




















Mis escasos amigos...


Os llevaré al final de mi camino.
Estaréis en mi surco, en mi reguera,
en mis copos de almendro, en el destino

del grano en mi insegura sementera.

Porque sois de mi cielo y mi semilla,
de mi luz, de mi lágrima y mi paso
y el amoroso polvo de mi arcilla,
vuestra será mi alforja hasta el ocaso.



Crónica
I

Estaba por los campos
y en las calles. Su aliento
calentaba a los niños,
hacía nacer las flores.
Era lluvia y palabra,
trabajo, pan, descanso,
maternidad y beso...
Y lo hicieron de yeso.
Y lo encerraron.
Y levantaron muros
revestidos de encaje.
Y le forjaron puertas
del bronce más sonoro.
Y, para visitarle,
se colgaron atuendos
de púrpura y alhajas.
Imprimieron pasquines
de sonoros pretextos
llenos de prohibibiones.
Luego pusieron cruces
sobre el polvo de esclavos,
que hicieron con sus huesos
cimientos de basílicas.
Bendijeron la roca
con la huella del plomo
y se posesionaron
de su nombre las dagas,
las multinacionales,
los bancos, los burgueses,
las tiaras y los cuervos,
como procesionaria
de paso interminable.

II
El poeta vagaba
por el pantano oscuro
de una tuberculosis
de colores siniestros,
al borde de un abismo
de silentes fronteras,
donde la masa herida
levantaba los puños.
Y era el verso un adorno
de vidriosas doncellas
disfrazadas con tules;
y muñecos los vates,
de afeminado gesto,
que revoloteaban
jugando a primaveras.

III
Dios lloró sobre el páramo
su amoroso recuerdo
y el sol cubrió de mayo
los restos de un invierno
de pesados silencios.
La élite se agrietó.
Las leves golondrinas
conjugaron del viento
el libertario soplo.
Y alumbró la alborada
un cauce de senderos
en el terreno liego.
Cuarenta adolescentes
trajeron la bandera
de los negros rincones
y volvieron los viejos
de las horas de olvido
a dormirse en la herencia
de lo que nunca hicieron.
La sangre florecida
a través de los años,
llenaba los majanos
de naciente esperanza.

IV
Pero volvieron luego,
con las primeras nieblas,
como un torrente loco
de ennegrecidas aguas.
Y lamieron sus olas
los sillares del templo
donde la gente oscura
le rezaba al recuerdo
de pasados dolores.
Venían de los despachos
de los desocupados,
inventando paneles
de idílicas llanuras
y oníricos futuros
con qué drogar al pobre.
Su graznidos llenaron
las calles, las tabernas,
las iglesias del alma,
las plazas, los mercados,
los bancos de la escuela,
las ermitas de barrio
y el atrio venerable
donde el cielo soñaba
con locas libertades.
Se vistieron de blanco
y enguantaron las manos
con venerable gesto
de dulces franciscanos.
Y se llenó la plaza
de sus largas promesas,
como un humo amarillo
de mentiras de gasa.
Cada uno encerraba,
bajo máscara afable,
un siniestro jinete
enfermo de ambiciones.
Procedían de un pasado
de mordazas legales,
que, cubiertas de polvo,
se habían hecho ya saldo
y no se resignaban
a morir en las sombras.
Abajo estaba el pueblo,
mordido por la crisis,
gravado por el peso
de los que nunca saben
el precio de la vida.
Estaba con las manos
unidas del paciente
al que siempre saciaron
el hambre con el leve
maná de un oración,
de un dulce de promesas
o la amenaza ronca
de mil condenaciones,
que impartían largamente
los hombres de morado.

Abajo estaba el pueblo,
con el pobre tesoro
de su voz solamente.
Y se la reclamaban...

V
Una tarde, en invierno,
cuando el coro de esclavos
naufragaba en el vino
de alejadas tabernas,
cuando los poderosos
se cambiaban las togas,
cuando los resentidos
cargaban sus fusiles,
cuando los mercaderes
vagaban por los atrios
con sus mercaderías
sin que Cristo volviese,
cuando seguían las momias
soñando las cadenas
y un corro de banqueros
cantaba democracias
mientras se extendía el paro,
la barca del poeta
se perdió en la negrura
de solitarios mares.

Tres faroles llevaba
oscilando en su rumbo,
tres únicas estrellas
como tres pensamientos
para templar su invierno.



ESPERANZADA NANA DE FUTURO
A mis hijos

Globo de sueño y luna
mi golondrina,
descansa de su vuelo
con vuestra harina.
Canción del viento
que alimenta mis horas
con vuestro aliento.

Soy niño en los dibujos
de esa cartera,
donde el sol se hace rama
de enredadera.
Ojos de niño,
magia de la mirada,
flor de cariño.
Mi alborada se duerme
en vuestra sonrisa,
ese recorte de oro
de la cornisa
fin de la vida,
que acariciáis jugando
como dormida.
Vuestra paz es la silla
junto al brasero
que promete el descanso
para el viajero.
Copos de nieve,
milagro de la sangre
que el tiempo bebe.

El beso se hizo carne
por el camino
para hablarle al futuro
del peregrino.

3 comentarios:

tartucas dijo...

Pensé que tenía un amigo poeta y descubro que tengo un POETA amigo.

Que como grande lo que pretende es regalarse entero.

Por eso pongo en su boca lo que en la mía está:

¿Quieres versos?
Yo vuelco mi tesoro fragante,
Mis hilos de diamante,
Mis ámbares de miel.

Revuelve allí sin miedo.
Son tuyos. Te los cedo.
Escoge el más bonito y adórnate con él.

José Antonio Soria Estevan
(Amigo de poetas)

tartucas dijo...

Debo escribir aquí un soneto que me vino a buscar en un viaje en autobus. Nunca imaginé que a quien buscaba era a ti.

Libélulas de rojos y amarillos
que fijan purpurinas en las redes
tendidas en mi cuarto entre paredes
para prender los versos como a grillos.

Los tomo uno a uno, y en librillos
los guardo para ti, por si tú puedes
leerlos al final, que no te quedes
sin soneto, “rumor de pajarillos”

Me salen recibiendo como un rayo
tus madres acostadas en su mayo,
que solo tu poder mi verso merma.

Pues eres un rapsoda del soneto,
vuelo de mariposa, verso, reto,
tú poeta Antonio Ruiz López de Lerma.

tartucas dijo...

Buscando un soneto para Antonio Ruiz López de Lerma


¿Dónde estas, maldito bruto
de once sílabas escuetas?
¿Dónde están las obsoletas
que dan color a mi luto?

¿Dónde –en su sentido- puto
verso que duerme cunetas?
¿Dónde estas, por qué me retas
con perfil negro y enjuto?

Ya me cantaras tus onces
con la tilde sobre bronces
y tus risas picaronas…

Solo me vienes con merma
para Ruiz López de Lerma
pues con ocho desentonas